En la vida pública, no todos los espacios cumplen la misma función. Algunos sirven para pensar, otros para actuar. Algunos son plazas abiertas donde las ideas se prueban y se enriquecen; otros son reuniones deliberadas donde esas mismas ideas se convierten en decisiones, proyectos o compromisos. De esa diferencia nace una distinción fundamental, porque un foro no es un congreso, ni lo contrario tampoco, pero ambos están conectados.
El foro, desde su origen romano – forum, la plaza pública – es ante todo un lugar. Un espacio horizontal donde cualquiera puede escuchar y ser escuchado. Ahí se debatía, se comerciaba, se juzgaba y se filosofaba. El foro sigue siendo hoy un territorio de pensamiento compartido, un entorno donde lo importante no es cerrar acuerdos, sino abrir conversaciones. Un foro invita a explorar, a cuestionar, a comprender. Los foros son los espacios en los que viven los think tank, y tienen su función, pensar.
El congreso, en cambio, no nace de un espacio, sino de un movimiento, congressus, que es, nada más y nada menos, que “caminar juntos hacia un mismo punto”. La definición lo dice todo, caminar juntos.
Si en el foro pensamos, en el congreso caminamos.
En un congreso no se va solo a hablar; se va a avanzar. Su estructura, su agenda y sus decisiones están orientadas a producir algo concreto: una estrategia, una declaración, un plan, una coordinación. Mientras el foro cultiva ideas, el congreso las pone en marcha.
Por eso podemos decir, con propiedad, que el foro es al pensamiento lo que el congreso es a la acción. Ambos son necesarios. Uno mantiene viva la conversación que sostiene a una comunidad; el otro impulsa el progreso que esa misma comunidad necesita.
En una sociedad compleja, madura y plural, pensar y actuar deben ir de la mano. Y para eso, necesitamos tanto foros que abran caminos como congresos que los recorran.
