Por Tomás Otero, 4 de noviembre de 2025
El otro día, en una esquina cualquiera, escuché a una pareja hablar del teletrabajo.
Uno decía: “No aceptaría un empleo que me obligue a ir a la oficina. Prefiero trabajar desde casa, sin interrupciones, sin gente, sin viajes.” La otra persona asentía: “Si algo puede hacerse en casa, mejor. Así no tienes que aguantar a nadie.” Era una conversación que encajaba perfectamente con aquellas que tenía con candidatos, en procesos de selección de toda índole, en las que el candidato ponía sus condiciones. Teletrabajo o nada.
La conversación era honesta, entre dos personas normales, y podría ocurrir en cualquier ciudad, aunque esta ocurrió en Madrid, y tenía algo inquietante y paradójico. Porque mientras más deseamos trabajos solitarios, virtuales y libres de interacción, más nos acercamos al tipo de tareas que la inteligencia artificial y la automatización están aprendiendo a hacer mejor que nosotros.
Estamos construyendo, sin quererlo, una paradoja peligrosa. Queremos escapar del contacto humano justo cuando el trabajo que no requiere humanidad está desapareciendo.
La automatización de la rutina
Desde hace una década, los economistas del MIT y de la Universidad de Oxford vienen advirtiendo que los empleos más vulnerables a la automatización son los rutinarios y predecibles.
Carl Benedikt Frey y Michael Osborne, en su estudio clásico The Future of Employment (2017), estimaban que casi la mitad de las ocupaciones actuales podrían verse afectadas por la inteligencia artificial en las próximas dos décadas. Y desde entonces han pasado muchas cosas, incluido el lanzamiento de ChatGPT, el 30 de noviembre de 2022, con lo que podríamos decir que la tecnología ha cumplido la predicción con creces.
Los avances de la IA generativa, como ChatGPT, Midjourney o Copilot, han demostrado que buena parte del trabajo rutinario y administrativo, desde redactar correos hasta programar o analizar datos, puede hacerse sin mucha intervención humana. Cierto que aun requiere supervisión humana, pero es cuestión de tiempo que sea totalmente autónomo.
Por otro lado, según un informe reciente del McKinsey Global Institute (2023), cerca del 30% de las tareas laborales en economías avanzadas podría automatizarse de aquí a 2030.
Y paradójicamente, el teletrabajo, que se convirtió en símbolo de libertad tras la pandemia, se apoya en esa misma lógica, digitalizar, deslocalizar, aislar, por lo que es el ecosistema ideal para que las máquinas (algoritmos, procesos, automatismos) asuman el control. Cuanto más estructurado es un trabajo, más fácil resulta convertirlo en código.
El trabajo como forma de socialización
El trabajo siempre fue más que un medio de subsistencia. Fue también una forma de organización social, una forma de socialización, un lugar donde las personas se encontraban, hablaban, compartían información, chocaban con todo tipo de debates, aprendían y se reconocían mutuamente. Pero el teletrabajo ha dañado esta forma de relacionarnos unos con otros. Nos seguimos relacionando, sí, pero ya no nos relacionamos con las personas de trabajo.
Diversos estudios nos muestran que los empleados remotos reportan mayores niveles de soledad, ansiedad y desconexión, incluso cuando disfrutan de mayor autonomía, porque las reuniones por videollamada reemplazan las conversaciones de pasillo, las pantallas sustituyen los gestos, y la productividad se mide en entregas, no en relaciones personas.
Es curioso, porque cuando en los primeros años del 2000 se hablaba del teletrabajo no era de esta forma. Recuerdo que se ofrecía a personas de alto desempeño para poder conciliar, y con el matiz que debía estar asociado a un manager o supervisor que hubiera demostrado que domina la dirección por objetivos. Ahora, nada importa, da igual como sea tu desempeño y como sea tu supervisor, el teletrabajo se ha convertido en una demanda para el 59% de los españoles, como podemos ver en la imagen que acompaña obtenida del informe Sociedad Digital en España, 2022.

No se trata de idealizar la oficina, he escrito mucho en mis publicaciones de Linkedin sobre esto, nadie va a echar de menos los atascos de las grandes ciudades ni al Manager o Jefe tóxico, o al compañero pesado que no para de interrumpirte con sus problemas, sino de lo que estamos hablando es de comprender que las tareas que no se pueden automatizar vienen de la interacción humana.
La paradoja de la deshumanización de las empresas
Así que la paradoja es clara, queremos trabajos que no requieran trato con otras personas, pero la tecnología avanza precisamente sobre esos trabajos.
El ser humano es lento, subjetivo, cambiante, emocional. Nos despistamos con facilidad. Las máquinas no. Por eso la economía actual no para de hablar – yo incluido – de eficiencia y productividad, y tiende a mirar con sospechas a quienes no actúan como procesos, a quienes improvisan o son impredecibles, o dicho de otra forma, a quienes se parecen menos a los algoritmos.
Lo inquietante es que nosotros mismos contribuimos al proceso, no vamos a la empresa a ser amigos, no queremos ser parte de la empresa, queremos ser profesionales que hacen un trabajo, y con ello, deseamos un trabajo que se parezca más a una máquina que a una vida social, y olvidamos que nos guste o no, somos seres sociales con sus cosas buenas, y las malas.
Cuanto más reducimos el trabajo a una secuencia de tareas individuales y remotas, menos espacio queda para la improvisación, el conflicto creativo o el error humano, que es donde las personas somos realmente insustituibles.
Dicen que el futuro del trabajo no será artificial, sino humano
No todo parece perdido. Diversos informes del Foro Económico Mundial (2023) y de la OCDE (2024) coinciden en que los empleos del futuro no serán necesariamente los más digitales, sino los más relacionales: educación, salud mental, cuidado, liderazgo, coordinación, mediación, creatividad…
Y también dicen que las habilidades más demandadas no serán solo técnicas, sino aquellas que requieran del toque humano: empatía, pensamiento crítico, adaptabilidad, comunicación. Así que en un mundo lleno de máquinas inteligentes, ser humano será un trabajo de tiempo completo.
Y permítanme que dude. Sobreestimamos la empatía, no tenemos una idea clara de lo que es el liderazgo, apenas sabemos de cómo funciona la creatividad humano, la salud mental es frágil como consecuencia del ritmo de vida que tenemos, la educación no es precisamente el fuerte de nuestros sistemas sociales, el pensamiento crítico brilla por su ausencia, …
No es un tema fácil. Quizás el teletrabajo no sea la solución, sino el síntoma de una sociedad agotada en el que las personas requieren su espacio. Y es cierto, no queremos volver a las oficinas, pero tampoco queremos ser olvidados tras una pantalla o un correo de mail, o un chat.
Quizás el desafío no esté en elegir entre presencia o distancia, sino en diseñar nuevas formas de trabajar que combinen autonomía con comunidad, eficiencia con socialización, tecnología con personas.
No hablo de trabajo híbrido – nunca me ha gustado ese concepto – sino conceptos nuevos que permitan que las personas trabajen en distintos lugares, pero que compartan valores, estén conectados por fuertes propósitos, y que tengan la oportunidad cada cierto tiempo de colaborar en proyectos que requieran compartir espacio físico para poner a prueba la confianza, la comunicación y el compartir información útil para aprender.
No me refiero a los viajes a la oficina, esos que están de moda para pasar lista, en el que parece que solo se pretende hacer acto de presencia, para cubrir el porcentaje de tiempo que se ha asignado para ello, y en el que al final acabas haciendo lo mismo, y solo sirve para justificar, precisamente, que es mejor quedarte en remoto.
Hablo de unir a las personas, empujarlas a que interactúen de manera orgánica para que emerja información nueva, y que haga que vuelvas a casa diciendo, ha merecido el viaje, el atasco de turno o aguantar a esa persona tóxica o pesada.
Quizás el futuro del trabajo no consista en elegir entre la oficina o la casa, entre lo humano o lo automatizado, sino en aprender a sacar el máximo provecho de nuestros espacios de socialización y de soledad, de ambos mundos, porque si algo no puede reemplazar todavía las máquinas es la conciencia, tanto la individual como la colectiva.
Referencias
Frey, C. & Osborne, M. (2017). The Future of Employment: How Susceptible Are Jobs to Computerisation? Oxford Martin School.
McKinsey Global Institute. (2023). Generative AI and the Future of Work.
Gallup. “The State of the Global Workplace”
He T, Wei L, Goodman MS, Pagán JA, Cuevas AG, Bather JR. Remote work and loneliness: Evidence from a nationally representative sample of employed U.S. adults.
Harvard Business Review. “Why Face-to-Face Communication is Better than Digital”
MIT Sloan Review. “The Power of Proximity in Leadership”
